sábado, 5 de febrero de 2011

Machinna
















En medio del desierto sudamericano una célula de la compañía Tricell trabajó arduamente durante meses en unos fármacos producidos a través de una exótica planta ubicada por aquellas regiones del continente, sin embargo algo salió mal y una llamada de auxilio nos alertó de que se había desatado en el complejo científico el brote de un virus cuyo nombre no recuerdo en estos momentos, pero que los síntomas eran ya bastante familiares para mí y para los demás hombres que acudimos en el rescate del Dr. Davis Pealee.

Aquel complejo “farmacéutico” quedaba bien adentrado el desierto y tardamos alrededor de 1 día y medio en llegar al lugar. Decidimos detener el jeep a unos 200 metros de distancia y recorrer el trayecto faltante a pié para asegurar de mejor forma el perímetro. El lugar lucía como un bunker militar abandonado, algunos de mis compañeros (que no estaban muy al tanto de las últimas operaciones de esta compañía) se vieron sorprendidos ante el hecho.

-Hey, Leon…- se acercó a mí un agente de apellido Roosevelt.- ¿conoces al sujeto que venimos a rescatar? El tal Davis Pealee…


-No, no le conozco.- contesté mientras seguíamos avanzando.- es probable que esté muerto o infectado, al final es lo mismo. De todas formas puede haber algún sobreviviente.


-Te recuerdo que las instrucciones fueron bien claras al ordenarnos que solamente debíamos preocuparnos por ese tal Davis.


-Roosevelt… eres un buen tipo, pero esta es tu primera misión de rescate.- Le dije.- Créeme que no podrás dejar abandonado a un sobreviviente que te suplica directo a los ojos, aún cuando no se trate de quien vas a rescatar.


Continuamos avanzando bajo el implacable calor del desierto hasta que nos topamos frente a frente con la entrada del complejo militar, se trataba de un enorme portón de hierro abollado que dificultaba su apertura. Entre los seis hombres hicimos fuerza y tras varios intentos finalmente cedió y ante nosotros se dejó ver la oscuridad absoluta del interior del bunker. Guardamos silencio por alrededor de 5 minutos y no podíamos oír nada salvo el silbido del viento, no habían señales de vida o movimiento de personas infectadas.

-Bien, vamos a entrar.- dijo Travis quien estaba al mando de la misión.- Leonard, Smith y Moore se quedan acá cuidando la entrada, Kennedy y Roosevelt bajarán conmigo.

A medida que nos adentrábamos en aquel lugar iban apareciendo cadáveres por el suelo, fuimos revisándolos uno por uno para ver si alguno se trataba del Dr. Pealee, y pude notar que ninguno de ellos presentaba rasgo de infección o de mordeduras, más bien podría decir con total certeza que su deceso fue causa de una anemia aguda ya que todos los cadáveres habían perdido gran cantidad de sangre.

-Uh, ¿se imaginan uno de estos se levanta y comienza a gemir?- dijo de pronto Roosevelt mientras caminábamos entre los cadáveres.- me orinaría en los pantalones antes de jalar el gatillo.


-Hasta el momento todo va bien… no seas pájaro de mal agüero, Roosevelt- le contestó Travis.

Finalmente llegamos a la entrada de un laboratorio principal que se abría mediante una tarjeta electrónica que debíamos pasarla por un visor,… típico.

-No tenemos la maldita tarjeta, ¿será que alguno de los cadáveres la tenga en uno de sus bolsillos?


-Aléjense…- ordené, y le dí dos tiros al visor electrónico. El cortocircuito arruinó el cerrojo y la puerta se abrió.- Listo, es un truco que aprendí tras años de tener que buscar llaves y tarjetas como un idiota.


-Bien, Leon… ahora entremos.

Entramos al laboratorio principal, era una enorme estancia decorada con cuerpos y miembros mutilados por doquier, buscar al Dr. Pealee se transformaba en una verdadera lotería y bajaba considerablemente ya las chances de que se encontrara con vida. Nos separamos y comenzamos a chequear los rostros de cada uno de los cadáveres para ver si coincidía con la fotografía que llevábamos del Dr. Davis Pealee, sin embargo era inútil. De pronto me fijé en un bulto que había en un rincón y me fui acercando con el máximo de cautela, al llegar a los dos metros de distancia le apunté con mi escopeta creyendo que se trataba de un infectado, pero grande fue mi sorpresa al darme cuenta que era ni más ni menos que Davis Pealee. Se encontraba en agachado como escondiéndose de algo y repetía una palabra en voz baja de forma desesperada.

-Machinna…. Machinna… machinna….


-Dr. Davis, ¿se encuentra bien?, somos del gobierno norteamericano y hemos venido a rescatarle.


-Machinna…. Machinna….- continuaba repitiendo de forma incomprensible.


-¡Muchachos!, ¡le he encontrado, por acá!- exclamé y al instante Roosevelt y Travis llegaron a mi lado.


-Doctor, es usted muy afortunado…- le dijo Travis.- Venga, se acabó… hemos venido a rescatarle, por cierto ¿Qué ha pasado?, ¿qué ha matado a toda esta gente?


-Ma… chinna….


Roosevelt, Travis y yo nos miramos confundidos sin acabar de comprender nada en absoluto.


-Doctor Pealee, ¿que es eso de Machinna?


El doctor apuntó con su dedo flaco y tembloroso hacia una estructura que yo momentos antes había confundido con una suerte de amueblamiento, pero en ese instante se reveló ante mí y ante mis compañeros un ser enorme que articulaba todo su exo-esqueleto a modo de disfraz y que había permanecido oculto ahí todo ese rato. Su rostro era horrible y ahora al recordarlo creo que su extraña mueca se trataba de una sonrisa. Aquella mole de 3 metros de altura se irguió ante nosotros y nos dejó ver la colección de cabezas que sostenía en uno de sus brazos robóticos.


-¿Qué demonios?… ¿qué es eso?...- preguntó Roosevelt boquiabierto ante la terrorífica escena, pero ninguno de nosotros pudo contestarle al muchacho.


De pronto abrió su boca y chilló de una forma tal que rompió todos los cristales a unos 10 metros a la redonda, nosotros nos cubrimos los oídos hasta que el grito se apagó. Apenas y el armatoste guardó silencio cogimos al Dr. Pealee y lo trasladamos hacia la puerta de entrada con la intención de huir de ahí, sin embargo la puerta se cerró de golpe amputando el brazo izquierdo de Travis. Su grito desgarrador hizo que aquel androide se viniera contra nosotros, me llevé al Dr. Pealee tras un escritorio mientras que Travis se quedó descargando toda la munición de su metralleta de servicio, pero increíblemente las balas no alcanzaban a llegar a su objetivo… como si un invisible campo de fuerza las hiciera rebotar centímetros antes de llegar a él. Aquella cosa cogió a Travis de su cráneo y lo levantó a 1 metro del suelo, el agente le arrojó su metralleta vacía mientras maldecía y pateaba en el aire a lo que el ser pareció responder con una sonrisa, luego simplemente le reventó el cráneo al cerrar su mano cibernética.


-¿Has visto eso?... ¿ha… has visto eso?- me preguntó Roosevelt abriendo sus enormes ojos.


-Así es, esa cosa ha asesinado a Travis… al parecer seguimos nosotros.


-¡N-no digas eso!… ¡no quiero morir!


-Tranquilízate, Roosevelt…debemos idear un plan mientras esa cosa parece estar ocupada.- Y en efecto, se entretenía desmembrando el cuerpo del pobre Travis como si hurgueteara para ver de qué estaba relleno.- Nuestras armas no le hacen daño, ya vimos que las balas le rebotan…


-¡Tengo una granada!,¡le… le arrojaré una granada!- exclamó mientras se ponía de pié para lanzar el proyectil.


-¡No lo hagas, le rebotará!- grité, y en ese instante aquel androide se fijó en nosotros.

Roosevelt arrojó su granada y tal como lo supuse, ésta rebotó a centímetros del ser y se devolvió hacia nosotros justo antes de estallar. La explosión fue terrible y la luz me cegó por unos segundos antes de salir disparado hacia atrás agarrado del brazo del Dr. Pealee, a Roosevelt se le incrustaron cientos de esquirlas en su rostro y por un instante cayó inconsciente al suelo. Yo tardé en recuperarme de la sordera y la ceguera temporal, apenas logré hacerlo agarré a Davis Pealee y lo puse a salvo bajo un escritorio, luego temí por mi vida… no encontraba la manera lógica de derrotar a ese “monstruo” ya que nuestras armas no le dañaban en lo absoluto, hasta que se me vino a la cabeza la idea de que mi única alternativa era un combate cuerpo a cuerpo, pues si al parecer había matado y desmembrado a todas esas personas con sus manos entonces cabía la posibilidad de un contacto físico. La idea era absurda y peligrosa, pero mi vida corría verdadero peligro y no me podía quedar sin hacer nada, la enorme mole caminó de forma lenta y robótica hacia el inconsciente Roosevelt con la intención de liquidarlo y fue ahí cuando corrí a sus espaldas con un extintor en mis manos y acompañado de un grito para darme valor y fuerzas, solo logré darle un contundente golpe y el extintor saltó lejos al chocar con su estructura de hierro, aquel ser se dio vuelta y me observó sonriendo.

-¡Machinnaaaaaaaaaaaa!- gritó y de un manotazo me aventó contra un muro, ahí fue donde me rompí dos costillas al caer.


Escupí sangre y pude distinguir a aquel extraño armatoste robótico venir a mi encuentro.


-¡Roosevelt!... ¿estás bien, chico?...- pregunté apenas logrando hacer que mi voz saliera.


-Kennedy… mi rostro… no siento mi rostro…


-Parece que hasta aquí llegamos…, nunca entenderé qué fue lo que acabó conmigo…


-No digas eso, Kennedy…-Roosevelt se había puesto de pié y comenzó a dispararle al robot de forma inútil con su pistola de servicio. El ser pareció enfadarse mucho pues esta vez se dirigió corriendo hacia Roosevelt y de una patada lo arrojó contra un estante de productos químicos.


-Jajajajajajaja… Machinna….. Jajajajajaja- parecía reír el armatoste mientras se dirigía al cuerpo del agente caído.


Al llegar junto a él, lo cogió por sus ropas y lo elevó a la misma altura que al pobre Travis, creo sin temor a equivocarme que llegué tan solo a una fracción de segundos antes que le desnucara, corrí por detrás y no encontré nada mejor que subirme por su espalda y taparle el rostro con mi remera, increíblemente la estrategia surtió efecto y la criatura se vio cegada a partir de ese instante, soltó a Roosevelt y comenzó a dar manotazos al aire para intentar deshacerse de mí.


-¡Machinnaaaa!, ¡Machinaaaaaaa!- era lo único que gritaba con su voz metálica mientras yo luchaba por mantenerme firme en su lomo.


-¡Roosevelt, despierta!, ¡Roosevelt!, ¡lo podemos derrotar!- gritaba yo desesperado sin saber cuanto más podía resistir, pero el agente no reaccionaba. De pronto el Dr. Davis se asomó de su escondite y contemplaba la escena asombrado.


-¡Dr. Pealee!, ¡ayúdeme!, ¡salga de ahí y venga a ayudarme!

El Doctor, quien evidenciaba ya cierto trastorno nervioso a causa de la experiencia vivida como único sobreviviente, salió de su escondite y se acercó a mí. Le pedí que cogiera una de las granadas que quedaban en el cinturón de Roosevelt y la envolviera en su bata de doctor, si estaba en lo correcto el campo invisible del androide podía repeler cualquier tipo de proyectil lanzado a gran velocidad, como las balas, misiles, o bien granadas, pero si se la acercaba camuflada y empuñada en mi mano, entonces tenia una oportunidad. Y así fue, el doctor me pasó la granada envuelta en la bata blanca y le quité el seguro con mis dientes, claro que para poder recibirla tuve que soltar un lado de mi remera y el ser aprovechó para cogerme de una de mis piernas, antes de caerme de su espalda incrusté la granada activada entre sus múltiples articulaciones a la altura de su cuello robótico. La enorme mole estaba verdaderamente enfadada, no alcanzó a arrojarme lejos ya que la granada explotó antes de que lo hiciera y salí despedido por los aires con su brazo incrustado en mi pierna, caí sobre un montón de vidrio molido recibiendo todas las esquirlas de la granada en mi pecho de forma directa ya que me encontraba sin remera.


No sé cuanto tiempo estuve inconsciente ahí abajo, pero recuerdo que volví a despertar a bordo del jeep en pleno desierto.

-Kennedy, no te levantes… tranquilo, amigo… todo está bien- me dijo Leonard, luego me fijé que quien conducía el jeep era Moore, sin duda los muchachos que quedaron cuidando la entrada bajaron luego tras las explosiones a ver que sucedía.

Incliné mi cabeza un poco y luego deseé no haberlo hecho, vi mi pecho totalmente destrozado rodeado por unas improvisadas vendas, estaba empapado en sangre. A mi lado se encontraba Roosevelt inconsciente aún y junto a él estaba el doctor Pealee, quien como un niño solo me observó con una sonrisa y para variar me dijo: “Machinnaaa”.

Luego volví a desmayarme.




Hace una semana estoy en recuperación en el hospital militar, hace tres días me sacaron de cuidados intensivos y según me han dicho pasado mañana me darán el alta, al menos ya puedo mover mis brazos y una de mis piernas. Le he pedido a mi viejo amigo Kevin que averigüe sobre Tricell y su división de ingeniería robótica, pero nada ha arrojado alguna pista sobre aquella mole de 3 metros, ni siquiera en Google sale algo referente a Machinna. Me siento obsesionado con descubrir la verdad y el origen de todo esto… y cuando lo haga lo pondré aquí en mi diario.




Odio los robots....

LEON S. KENNEDY, 23:43 PM.


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2 comentarios:

Brian dijo...

fua que valiente Leon al enfrentarse a todo tipos de cosas que no conose sin tener miedo a nada, me gusto mucho la historia porque esta en sudamerica y me hizo reir mucho lo de las tarjetas magneticas jajaja, saludos Marce

Marcelo Carter dijo...

Gracias a ti, amigo Brian por pasarte y comentar. Un saludo a la distancia :)