miércoles, 10 de julio de 2013

No mires








 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Recuerdo que eran como las 2 de la madrugada. Hacía mucho frío y yo andaba con un niño de 10 años llamado Timothy. Ambos habíamos sorteado de muy buena manera un brote de Virus en una ciudad pequeña ubicada en la costa del país… al decir “de muy buena manera” me refiero a que al menos estábamos vivos, y eso era bastante.

Llevábamos casi dos semanas huyendo de los grandes focos de infección en la zona, dormíamos y comíamos muy mal, tampoco nos aseamos durante todo ese tiempo. En fin que buscando un lugar decente para descansar nos encontramos con una casa tapizada en sus ventanas y al parecer también sus puertas por dentro.

-¿Qué te parece, Tim?- le dije al chico mientras comprobaba que tan fuerte era la madera que bloqueaba la ventana.- Es una fortaleza… aquí descansaremos.

Comencé golpeando con todas mis fuerzas la madera, pero esta se negaba a ser vulnerada. En mi Desert Eagle quedaban tan solo dos balas y no iba a desperdiciar ninguna en una estúpida ventana bloqueada. Al cabo de unos 40 minutos ya pudimos entrar… mis manos sangraron tras haber tironeado con desesperación los restos de madera más tercos que aún se encontraban clavados y bloqueaban el acceso. Una vez en el interior me costó adaptarme a la oscuridad que casi se podía palpar. Cuales ciegos fuimos avanzando lentamente por una sala cuyo piso crujía tras cada paso dado, todo iba bien hasta que una figura blanca se apareció frente a nosotros, tras una difícil inspección visual comprobé a duras penas que se trataba de una mujer, llevaba una falda blanca. Le apunté con mi arma.

-Habla, mujer.- dije con voz clara.- Te estoy apuntando con una pistola…

-¿Quiénes son?- me preguntó desde la oscuridad.

-Eso no importa… ¿te han mordido?, ¿has tenido contacto con algún infectado?

-Esta es mi casa… yo debería hacer esas preguntas. Tú has entrado como ladrón.- me dijo con una voz adulta, como de anciana.- Encenderé una vela… de noche no me gusta llamar la atención.

 En cosa de segundos la sala fue iluminada por la débil luz de una vela. Frente a mí se encontraba una anciana delgada y de mirada triste. Sostenía una escopeta… la cual apuntaba hacia nosotros. La anciana lucía bastante nerviosa, nuestra presencia la amedrentaba… temblaba bastante y nos miraba casi con súplica. Rápidamente quise darle a entender que no tenía nada porqué temer.

-Disculpe usted…- le dije y volví a guardar mi arma.- Este chico es Timothy, y mi nombre es Leon, Leon Kennedy. Sobrevivimos a un foco de infección ubicado en el pueblo del norte, el que está junto a la costa. No nos han mordido ni hemos tenido contacto cercano con infectado alguno… se lo garantizo.

La anciana lentamente bajó el cañón de su escopeta.

-Ese niño… ¿es su hijo?

-No.- contesté mientras el chico apretaba fuertemente mi mano.- No tenemos parentesco alguno, pero me hago responsable de él.

-Bueno… pueden quedarse…- nos dijo cortésmente.- Y no, no he sido mordida por ninguna de esas criaturas.

 Yo mismo compuse el agujero de la ventana tapizada poniendo un mueble grande en su lugar. La anciana calentó unas sopas enlatadas en una pequeña cocinilla a gas. Comimos los tres junto a la luz de una solitaria vela, no queríamos llamar la atención de ninguna cosa que estuviera por allá afuera.

-Nos dirigimos al sur… hay una zona segura desplegada por militares, estarán allí hasta el viernes siguiente. Tengo contactos y gente que me busca… usted debería acompañarnos.

La anciana me observó un instante en silencio, luego sonrió con dulzura.

-Howard se veía tan mal con barba…- me dijo de pronto.- siempre le dije que parecía un simplón o un vagabundo, cada dos días le obligaba a afeitarse. Pero a usted, joven, a usted esa barba le queda muy bien.

-Créame que muero por darme una ducha y por afeitarme.- le contesté sonriendo.- ¿Howard es su marido?

-Así es… mire, es él.- me acercó una fotografía donde aparecía un señor calvo posando junto a un muchacho joven en silla de ruedas.

-¿Y ese chico en silla de ruedas?, ¿es su hijo?

-Sí, su nombre es Dan. Nació con una discapacidad… desde entonces le hemos dedicado toda la vida a cuidarle, es nuestro ángel.

-Comprendo. ¿Ellos donde se encuentran?- pregunté.

-Ellos están en la ciudad de junto. Mi hijo participaba en las olimpiadas de discapacitados juveniles y ganó el primer lugar ¿sabe?, ganó la medalla de oro. Mi esposo Howard le acompañaba… justo antes de regresar a casa ocurrió todo este caos, lo de los noticiarios, lo del virus. Sé que el vendrá a buscarme… así me lo ha dicho la última vez que hablamos, solo debo esperar.

Luego de la sopa me di cuenta de que Timothy apenas y podía mantenerse despierto, por lo que pregunté a la anciana donde podía el niño dormir cómodamente al menos por esa noche, ella nos ofreció una habitación en el segundo piso, la primera a mano derecha. Luego de agradecerle me llevé a Timothy a dormir a la habitación, yo también me encontraba bastante cansado así que una cama era como el paraíso a esas alturas. Subimos a tientas ya que la única vela era la de abajo y no había más, todas las otras fueron consumidas… maldije el haber extraviado mi linterna unos días antes. Entramos al cuarto y tropecé con algo que había tirado en el suelo. Le advertí al niño que caminara despacio y con cuidado pues no veíamos el desorden en la habitación. Tras avanzar un poco dimos con la cama.

-Bien, Timothy… al fin una cama, hoy dormiremos como reyes.- le dije.

Tuve tan mala suerte que la cama se encontraba repleta de ropa y al parecer unos cachivaches, moviendo el bulto Tim se acomodó bastante bien, pero yo no cabía. Mis manos aún estaban adoloridas por las heridas que me había hecho al entrar así que no me apetecía exponerlas nuevamente, ni hacer ninguna clase de fuerza mayor… estaba tan cansado que me hubiera dormido de pie de igual forma. Finalmente Tim se quedó con la cama y yo me acurruqué en un rincón del cuarto.

-Buenas noches, Leon.- me dijo Timothy.

-Buenas noches, suertudo.- le contesté desde la oscuridad.

-… mañana ya deberíamos lavarnos, no aguanto el olor.

-Habla por ti, tú apestas un poco más.

Me contestó con una risita desenfadada y finalmente nos dormimos.

Esa noche soñé con algo extraño… soñaba que un aroma pestilente asesinaba a la gente en una ciudad. Todo el mundo intentaba salvarse echándose fragancias o llevando mascarilla, pero ya era tarde, el nauseabundo olor penetraba como aguja cualquier clase de material, yo me encerraba… pero era inútil… el asqueroso olor igualmente llegaba a mis narices, lo pude sentir, era repugnante, insoportable… igual al que había en aquel cuarto. Justo cuando llegué a esa revelación los gritos de Timothy me despertaron. Me levanté de un salto y preparé mi arma… el asqueroso olor abofeteó mi rostro una vez más. La luz del nuevo día se colaba por varios agujeros de la cortina en la ventana y nos enseñaban el macabro hallazgo que sorprendió primero al niño y luego a mí. El cadáver de un hombre en pleno proceso de descomposición yacía en la cama… Tim había dormido toda la noche junto a él. Y en el suelo… justo en el lugar donde yo había tropezado se encontraba otro cuerpo, más joven y junto a él una silla de ruedas dada vuelta. Ambos cadáveres presentaban heridas de bala en sus pechos. El de la cama era Howard… y el del suelo era el chico minusválido, Dan. Tim no paraba de llorar y apretaba su rostro contra mi cuerpo, no quería volver a abrir sus ojos.

-Vieja loca…- murmuré entre dientes. Había asesinado con la escopeta a su esposo y a su hijo. Los casquillos que vi pertenecían a la escopeta que la anciana sostenía la noche anterior. Pero ¿porqué? Ambos fallecieron por la bala del pecho, de haber sido infectados deberían haber sido muertos con una bala en la cabeza. Luego de unos minutos Tim se tranquilizó, cubrí sus ojos y lo conduje hasta la puerta… una vez en el pasillo le dije que iba a bajar y que él se quedara quieto esperándome, pero se rehusaba. Finalmente le tomé de la mano y ambos bajamos muy despacio… yo traía mi arma lista y alzada. El crujir de una madera me puso en alerta una vez que llegamos a la planta baja… podía ser una silla mecedora, al menos a eso se asemejaba. Caminamos un poco más y nos acercamos a la sala. Allí nos esperaba otro macabro descubrimiento: La anciana colgaba ahorcada de una viga, se había suicidado.

El crujir que llegaba a mis oídos era el del vaivén de la cuerda atada, el cuerpo aún mantenía cierto balanceo suspendido en el aire.

En ese momento no reflexioné mucho en aquellos hechos, solo en buscar más provisiones y seguir mi camino con el niño hacia el sur, pero ahora… a años de esa experiencia puedo suponer que la anciana se encontraba completamente trastornada por la serie de acontecimientos, seguramente creyó que asesinando a su hijo minusválido le iba a salvar del desmadre ocurrido con el virus y los zombies. Obviamente Howard, el esposo, no iba a estar de acuerdo así que también lo asesinó… probablemente antes que al chico. Luego siguió su turno… y se ahorcó.

Pobre Tim, estuvimos en el lugar y momento equivocados. Hasta que salimos de la casa hice lo posible para que mantuviera sus ojos cerrados y no mirara.









Hace mucho que no sé nada de él...

LEON S. KENNEDY   01:26 A.M.





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