viernes, 12 de febrero de 2010

Tres deseos



















Bajo las profundidades de una extraña y singular caverna ubicada en los alrededores de un mar que desconozco, pero que en él los vientos soplan con una intensidad poco habitual, me encontré con una botella dorada que ahora que lo pienso mas parecía que fue ella quien me encontró a mí. Al destapar su boca pude ver que una silueta se materializó bajo un vapor color púrpura, parecía sonreír.

Una voz gruesa y metálica hizo temblar los cimientos de la cueva como así también mi alma:


-Hola, muchacho ¿Cómo va todo?- me dijo esa silueta color púrpura con esa macabra voz.- te puedo conceder tres deseos… si es que no te tardas tanto.


No logro expresar ni encontrar las palabras adecuadas para describir como me sentí en ese momento. Se produjo un silencio casi sepulcral y yo no podía creer los que mis sentidos me ofrecían. Me quede mudo y paralizado ante lo que estaba ocurriendo y mas aún al reflexionar sobre la oportunidad que se me estaba dando.


-… si es que no te tardas tanto…- repitió la silueta salida de la botella.


Comprendí que debía darme prisa y finalmente abrí mi boca, le dije que deseaba estar siempre contento y vivir toda mi vida así, en donde cada cosa me hiciera feliz, también deseé ser siempre joven y jamás nunca envejecer, la silueta me dijo: “concedido y hecho”.

Fue ahí que algo cambió en el aire y yo no sabía lo que era, algo invadió mi espíritu y enrareció el ambiente del lugar. Fue un leve estado de gloria que por poco me hizo olvidar que aún me quedaba un último deseo y en ese instante quise irme a mi casa.


-Llévame a casa.- le pedí finalmente.


La silueta aumentó su tamaño e hizo una breve pausa antes de contestarme.


-Lo siento.- me dijo con esa monstruosa voz.- pero así no es como funciona esto… has caído en una trampa… y soy yo quien finalmente puede irse.


“Adios”, me dijo finalmente y alcanzó un tamaño casi gigante dentro de la caverna para luego salir a través de una obertura que se encontraba en lo alto de esta, abandonándome a mi suerte. Nuevamente sentí que algo cambió en el aire y yo no sabía lo que era, algo invadió mi espíritu y enrareció el ambiente del lugar. Aconteció un segundo estado de gloria que derivó finalmente en la tristeza más solitaria y terrible que un hombre puede soportar.


Me di cuenta que mi ingenuidad y codicia pagaron el precio que de la libertad que requería esa extraña cosa color púrpura que habitaba la botella dorada. Aislado, abandonado, sin agua ni comida, comprendí que tan solo debía sentarme a esperar que llegara mi muerte, pasaron un par de días creo antes de decidirme a enviar esta carta metida dentro de la botella dorada por un minúsculo conducto subterráneo de agua salada que desembocaba presuntamente en el mar. Ya es igual para mí si me rescatan o no, solo he decidido enviar esta carta para no quedarme en solitaria compañía de esta terrible experiencia.






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Ahí terminaba la carta que una vez encontré a orillas del río Miskanic cuando yo tenía alrededor de 14 años, recuerdo haber quedado muy impactado tras leerla, pero luego de habérsela enseñado a algunos amigos terminaron por convencerme que se trataba solo de un fraude, un engaño, escrita por cualquiera que no encontraba nada mejor que hacer.


¿… o quizás no?





Demasiado somnoliento como para responder a esa pregunta...
Leon S. Kennedy, 23:56 P.M.



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