martes, 27 de abril de 2010

Arkleys

Séptima parte y final















-Aquí hay un llavero.- dijo de pronto Alexander mientras revolvía el bolsillo de la chaqueta del guardia muerto.

Extrajo el llavero y de un total de 4 llaves, la segunda resultó ser la que correspondía a las celdas de mi pasillo. Alexander finalmente abrió los barrotes de mi celda, y en ese instante los reos de las otras celdas comenzaron a reclamar que les pusiéramos en libertad.


-¡Eh!, ¡danos esa llave!, ¡déjanos huir también!- decían los presos de las distintas celdas.

Justo cuando comenzaba a pensar que quizá no sería una buena idea dejarlos andar libre, Dwight, el guardia infectado se levantó del suelo una vez más para abalanzarse sobre mí, Razkiel y Alexander dieron un alarido de terror y gracias al cielo eso fue lo que me puso en alerta. Le di un golpe con mi puño en el rostro al zombie para luego rematarlo con una efectiva y violenta patada que le desencajó la mandíbula., en ese instante escuché el sonido mas maravilloso que oído alguna vez en mi vida estando en una pelea desarmado (además del sonido de las hélices de un helicóptero de rescate), fue el sonido de una pistola cayendo a unos 70 centímetros de distancia de mi. Me brillaron los ojitos, rodé por el suelo y cogí el arma. El zombie se iba a levantar una vez mas, pero no le di chance, jalé el gatillo y el proyectil le atravezó el cráneo desparramándole todos sus sesos contra la pared.

Me puse de pié y con otro disparo rompí las cadenas que estaban atadas a mis piernas, ahora ya podía correr… si es que debía hacerlo.


-Oh, por Dios…-exclamó de pronto Alexander lleno de asombro, aún no se recuperaba del shock.- ¿eso era un zombie?, ¿un zombie de verdad?


-Así es.- contesté.- escuchen, debo ir en busca de Marshal, si desean irse, ahora es el momento, pero no puedo dejar que me acompañen, no tengo tantas balas y si me piden que sea sincero… no quiero tener que preocuparme por ustedes.


-Me parece un trato justo, Leon.- dijo Alexander quien no tenía ni pizca de ganas de quedarse tras lo que vio.- La cárcel es un caos, será fácil huir. ¿Me acompaña usted, Razkiel?


-Por supuesto que si, muchacho.- dijo el anciano Razkiel, quien cubierto aún con su frazada se dirigió a mí y me dedicó una oración y una bendición de su religión pagana.- que los dioses te sean favorables, amigo Leon.


Una vez se despidieron, ambos se fueron juntos hacia la libertad. Los demás presos comenzaron a enfervorizarse y me exigían que los liberara.


-Escuchen. Ustedes son una gran cantidad, lo mas probable es que si los libero, luego se conviertan en…mmm… “un problema” y deba asesinarlos a todos. Es mejor que se queden seguros en sus celdas y se oculten bajo sus camas hasta que todo esto haya acabado. Traten de entender, por favor, estando en sus celdas no estorban, y mantienen sus vidas a salvo.


No esperé respuesta alguna, al terminar de decir eso, me largué al patio para cruzar hasta el ala de máxima de seguridad en busca de Marshal, supongo que los reos que quedaron en sus celdas conservaron sus vidas…, digo, ninguno ha venido a reclamarme hasta ahora.

Jej, un poco de humor negro…



Bueno, llegué al patio y la situación era un caos total. Decenas de guardias y gendarmes descargando su artillería contra un gran número de infectados (entre ellos había tanto gente de la población penal como del cuerpo de guardias), pero los zombies no retrocedían. Uno que otro caía abatido cuando ya había recibido en su cuerpo cientos y cientos de balas, pero eran muy pocos y en estos casos las municiones se acaban rápido.

Me acerqué al gendarme superior, aquel que me recalcó cuando llegué el primer día que “la iba a pasar muy mal aquí”. El pobre se encontraba acurrucado tras una barricada, temblaba y clamaba a dios por ayuda.


-Dios no tiene nada que ver en esto…- le dije acercándome.- dígale a sus hombres que apunten a la cabeza. Ese es el único punto débil de los infectados.


-¿Eh?, ¿estás seguro? - me preguntó con voz de niño.


-Claro que sí, observe…- le dije, y disparé contra dos zombies de forma certera en sus cabezas. Ambos cayeron fulminados al suelo.- ¿Ve?


En aquel instante el gendarme recobró el valor y comenzó a ladrar órdenes con el mismo tono de voz que desde un comienzo de la historia.


-¡Ya vieron, pobres imbéciles!, ¡disparen a la cabeza!, ¡repito, directo a la cabeza!, ¡acaben con esos mal nacidos!


En ese momento, disimuladamente cogí una escopeta doble cañón que se encontraba apoyada contra un barril y desaparecí de la escena para ir en busca de Marshal. Finalmente llegué al ala de máxima seguridad, tal parecía que aún nada grave había acontecido ahí, sin embargo poco a poco y a medida que me adentraba en aquel húmedo y oscuro pasillo, la sensación de inseguridad se hacía cada vez más fuerte e intensa.

Avancé por el pasillo lenta y cautelosamente, el cuerpo de un gendarme decapitado me advertía que debía tomar todas las precauciones posibles, ¿porqué la propagación del virus?, ¿porqué en esa cárcel? Algo me decía que la respuesta a todas esas interrogantes me la daría Matt Marshal.

Finalmente llegué a su celda, y tal como lo supuse momentos antes, se encontraba totalmente abierta Entré temblando de terror, un terror ya conocido para mí, aquel terror que me ha mantenido vivo y me ha salvado la vida muchas veces y en incontables ocasiones. Matt se encontraba sentado en su cama de espaldas a la puerta de entrada, fumaba un cigarrillo en forma silenciosa.


-¡Marshal!- exclamé al entrar en su celda.- ¿Qué demonios pasa en este lugar?, ¿porqué se ha propagado el virus?


-Ha sido la mafia bacteriológica, Leon…- me contestó con desdén.- originalmente era solo yo el blanco para ser asesinado, pero ¿Qué pasaba si yo le contaba a alguien aquí en el interior de la cárcel sobre el lugar donde se ocultan las reservas de virus-g? No podían correr tal riesgo, por lo que introduciendo el virus en Arkleys aseguraban la muerte de todos en este aislado lugar. Pero he sido mas listo que ellos, ¿sabes? Desde hace mucho tiempo tomé mis precauciones.


-¿Mmm?, ¿a qué te refieres?- pregunté.


En ese momento se levantó la parte de arriba de su uniforme y me enseñó un tatuaje que llevaba en su espalda. Era un dibujo más bien críptico, lleno de líneas que iban de un lado a otro rodeado todo de extraños símbolos.


-Es el mapa…- me dijo volviendo a cubrirse.- llevo el mapa para llegar a aquel lugar tatuado en mi espalda.


-Ya veo…- respondí asombrado.- bien, ven conmigo Matt, debemos largarnos de este lugar.


-Solo que hay un problema, Leon… ahora que tú ya sabes el secreto, pues… ¿Qué les impedirá a los federales matarme cuando me reúnas con ellos?


-Supongo que nada... - dije yo derechamente.- pero, al haberme contado de que llevas el mapa tatuado en tu cuerpo, pues has demostrado tu confianza hacia mí, creo que debes confiar también si te digo que el gobierno te dará un buen trato.


-No, no, no…- me contestó con una maligna sonrisa.- nadie que ha oído este secreto ha vivido luego para contarlo… ¿me entiendes?


-Mas o menos… agradecería que fueras un poco más claro.- le dije con la intención de ganar tiempo mientras se me ocurría algo.

-Si te lo conté, es porque tú no se lo dirás a nadie, es porque vas a morir.














Estuve a solo una fracción de segundos de ser alcanzado por la filosa lengua del licker que permanecía oculto en el techo de la celda, rodé por el suelo y descargué un disparo de escopeta. La repugnante criatura cayó al suelo media aturdida.


-¡Estas loco si creías que iba a dejar que me llevaras con tus federales!- me gritaba Marshal.

Descargué otro disparo sobre el licker, pero este tan solo le atravesó sin provocarle mayor daño. La criatura saltó sobre mi, mas logré esquivarle exitósamente y descargué un tercer escopetazo que le dio de lleno en los ojos. El licker cayó de espaldas y luego de un largo y lastimoso quejido… murió. He de confesar que ha sido el que más fácil se me ha dado matar en mi vida.


-Vaya…- me dijo de pronto Marshal estupefacto y sorprendido.- creía que esas cosas eran mas temibles.


-Llevo 12 años ya enfrentándome a estas bestias.- contesté.- después de cierto tiempo pasan a ser como tus mascotas.


-Bien, Leon… estoy desarmado y sin ganas de vivir…adelante, mátame.- me dijo de pronto de forma muy seria.


-Eres un genocida, y si me preguntan, mereces morir…- le contesté también de forma seria y convincente.- pero esto va mas allá de todo eso, muchas vidas se pueden salvar si cooperas con nosotros y nos ayudas a desbaratar todas las redes de mafia bacteriológica.


Le tendí mi mano, jamás en mi vida había hablado tan en serio. Marshal dudó por unos segundos, pero finalmente comprendió que de una u otra forma la mafia lo quería muerto, en cambio nosotros le dábamos una chance. Accedió y estrechó mi mano en señal de cooperación.


Abrirnos paso en Arkleys fue fácil, salimos de ahí sin mayor problemas y una vez estando afuera vimos como llegaba personal militar. Bastó solo con dar mi nombre para que me pusieran frente al comandante de las tropas y él a su vez me pusiera en contacto con las autoridades del gobierno norteamericano por radio. Dispusieron inmediatamente un helicóptero para mí y Marshal que nos sacara de ese lugar al instante. Una vez en las alturas pude ver abajo la masacre y los focos de incendio que se propagaban en distintos puntos de Arkleys. Siempre pensé que mi corazón se había endurecido ya a este tipo de cosas, que de alguna manera mas me valía cumplir una orden que ponerme a salvar vidas ajenas, creía que ese trabajo ya correspondía a otros, no a mí.


Sin embargo, no pude evitar sentir lo contrario al ver hacia abajo, justo antes de que el helicóptero se perdiera en las alturas,… que Razkiel y Alexander no habían conseguido huir… ambos se habian convertido en zombies.



Marshal ahora trabaja en conjunto con el gobierno de mi país en la ubicación de las redes y líderes que posee la mafia bacteriológica alrededor del mundo. No suelo hablar mucho con él, cada vez que le veo… no puedo evitar recordar mis días en Arkleys.







FIN


Sueño con el día en que comience a pensar mas en quienes salvé que en quienes no salvé...

LEON S. KENNEDY, 23:56 P.M.

Creative Commons License
El diario de Leon S. Kennedy by Marcelo Carter is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 Unported License.

domingo, 25 de abril de 2010

Arkleys

Sexta y penúltima parte.
















Esa tarde le expliqué a Alexander que mis intenciones eran confeccionar una cabellera negra y larga como la de Marshal, cosa de que cuando me tocara durante el día ir a dejarle ropa limpia, poder liberarle y dejar un reemplazante en su lugar, podía ser un muñeco o bien el mismo Razkiel, quien luego cuando los gendarmes le descubrieran podría decir que le golpeé o le di algún sedante y lo puse en el lugar de Marshal. Pero el plan tenía sus contras (si es que no quería matar a nadie), y era que Marshal bien podía ir escondido dentro del carrito de lavandería oculto bajo sábanas y frazadas sucias, pero al salir solamente del primer pasillo del área de seguridad debía pasar forzosamente los 4 filtros de inspección. Debía haber un punto entre su celda y el primer filtro en el cual debíamos desaparecer (eso sin contar al guardia que en todo momento me acompañaba)


Con ese dilema rondando mi cabeza me acosté aquella noche. Recuerdo que hubo algo, no sé que cosa, algo me mantenía inquieto y no me dejaba conciliar el sueño, era una rara sensación de incertidumbre y de alerta que no me dejaba tranquilo. Finalmente di con lo que era: todo estaba demasiado callado.


Una noche demasiado tranquila, es un mal síntoma.


Me incorporé en mi litera, y agucé mi oído lo mas que pude,… nada. Todo estaba callado, como los cielos cuando avisan que va a venir una tempestad. Esa angustiante sensación la he tenido incontables ocasiones en mi vida. Terminé sentándome en mi cama, mi organismo ya me estaba avisando, advirtiendo que algo andaba mal. Tantas veces estando en esa clase de situaciones donde no podía dormir pensando que por la mañana podía despertar infectado o devorado. Todas esas noches en vigília activaron de alguna manera en mi cuerpo un acostumbramiento terrible.


Tragué saliva y al mismo tiempo, llegó a mis oídos el primer grito de horror que no oía desde hace meses. Abajo, sentí que Razkiel se despertaba medio embobado mientras que por el pasillo se oían las primeras carreras del cuerpo de guardia que estaba de turno esa noche.”¡Rápido, fue en el ala norte!”, “¡que toquen la alarma!”, “¡comunícate con la central!” eran algunas de las frases que recuerdo iban y venían por el pasillo.


-¿Qué pasa que hay tanto jaleo?- preguntó Razkiel aún semi-dormido.


-No lo sé…- dije, comenzando a temer lo que resultaba casi imposible.


Los pasos iban y venían con apresuradas carreras por el pasillo, bajé de mi cama y me acerqué a los barrotes, me quedé un rato ahí viendo como los gendarmes se apresuraban en ir hacia un punto determinado de la cárcel, intenté preguntar un par de veces, pero tal como lo suponía, nadie me contestaba. Fue curioso, pero al tragar saliva por segunda vez se escuchó un segundo grito aterrador, lleno de miedo y desesperación. En ese momento Razkiel se levantó de su cama y se paró junto a mí con su frazada cubriéndole el cuerpo.


-¿Qué, en nombre los dioses paganos y no paganos, está sucediendo allá afuera?- preguntó lleno de estupefacción.


-No lo sé…- volví a responder, aún cuando comenzaba ya a hacerme una vaga idea de lo que podía estar ocurriendo, pero la detesté con todas mis fuerzas y toda mi alma.


De pronto, el cuadro ya estaba completo: Disparos.


Comenzaron a oírse los ruidos de pistolas y ametralladoras a lo lejos y con ello la alarma de la cárcel empezó a sonar. Miré hacia las otras celdas (hasta entonces no lo había hecho) y vi a los demás reos, todos con una evidente cara de preocupación asomados a los barrotes de sus celdas.”Esto está mal”, pensé y sentí la imperiosa necesidad de salir de ahí, pero no tenía por donde. De pronto desde donde venían los disparos y gritos, vino corriendo por el pasillo un gendarme gritando horrorizado y salpicado completamente de sangre.


-Oh, por Dios…- exclamó Razkiel retrocediendo un par de pasos hasta la litera.


Debía salir, comencé a patear insistentemente uno de los barrotes con todas mis fuerzas, pero era inútil. De pronto y sorpresivamente apareció por el pasillo Alexander


-¡Eh!, ¡Alexander!- grité.


-Leon, ¿tienes alguna idea de lo que sucede?- me preguntó desconcertado mientras se acercaba hacia los barrotes.


-Solo conjeturas, pero necesito salir de aquí, ¡ayúdame a salir!


-La llave la ha de tener el cuerpo de guardia de este pabellón, yo salí porque a uno de los gendarmes de mi área se le cayeron las llaves mientras corría, logré alcanzarla con un palo de escoba.- me explicó.


Le iba a responder, pero un gruñido lastimoso y a la vez terrible nos interrumpió. Alexander se quedó mirando extrañado hacia el otro extremo del pasillo, el cual yo no podía ver estando encerrado.


-¿Qué pasa?, ¿qué es?- le pregunté


-Es Dwight, uno de los guardias de este sector,… pero… luce diferente….- me contestó, con unas palabras que calaron hondo en mi mente.


Comencé a oír los pasos torpes y lentos que se acercaban por el pasillo, aquel ritmo y sonido tan familiar de pasos vacilantes volvían a mi memoria y con ello, el temor también. Tragué saliva por tercera vez, y otro quejido siniestro y tenebroso llegó a nuestros oídos. “¿Qué le pasa a Dwight?”, “se ve muy raro”,”debe estar enfermo”, eran las cosas que oía decir a los reos del lado por donde se acercaba aquel guardia. Sin embargo, parecía haberse fijado única y exclusivamente en Alexander, pues sus pasos se acercaban hacia nosotros, y Alexander era el único que estaba fuera de una celda en aquel pasillo.


-Alexander, no te muevas…- le dije mientras me ocultaba junto a un barrote cerca de la pared.- deja que se siga acercando hasta acá.


-…no sé si sea buena idea…- me contestó Alexander con sus ojos llenos de miedo.- no sé porque creo que me ve como si yo fuese su cena.


-Pues algo así… quédate quieto.- le dije en voz baja mientras empuñaba un tenedor que me había robado del almuerzo, ocultándolo en mis calcetines.


-Pero… ¿estará drogado?...- volvió a preguntar.



Le hice un gesto de “guarda silencio”, y me mantuve oculto, observé a Razkiel, quien permanecía apoyado contra una pared, cubierto con su frazada y con cara de no entender nada. Finalmente Dwight apareció, a solo centímetros de Alexander, y justo una fracción antes de que se abalanzara sobre él, logré sujetarlo por una oreja y lo azoté contra uno de los barrotes, tomándolo por su nuca.


Me miraba y lo reconocí al instante, esos ojos en blanco, ya muertos… esa saliva con espuma blanca que chorreaba de su boca, aquella sangre que salía de su cuello, era un infectado.


La ira, el miedo y la desesperación se apoderaron de mí, una fuerza salvaje hizo que volviera a azotar la cabeza del guardia infectado una y otra vez contra los barrotes, repetidas veces hasta que comenzó a sangrarle la nariz. Alexander, quien aún no parecía darse cuenta de nada, me pedía que me detuviera. Finalmente con mi otra mano le enterré el tenedor en el ojo al pobre desgraciado, se lo hundí hasta que la punta dañó su cerebro. Dwight cayó al suelo.


-Pero, ¿qué has hecho?...- me preguntó Alexander indignado y al borde del terror, creía que lo había matado solo porque sí.


-¿Qué crees que lo maté por diversión o qué?- le pregunté.- era un zombie, así que era él o nosotros.


-¿Un qué?... ¿un zombie?... ¡no puede ser!


-Escucha…- le dije con voz tranquila para intentar hacerlo entrar en razón.- debe traer la llave de la celda en uno de sus bolsillos, búscala.


Alexander obedeció de muy mala gana. Mientras buscaba la llave, yo no podía evitar relacionar esto que estaba ocurriendo con Marshal….







Creo que esta noche volveré a tener pesadillas con ese lugar...
LEON S. KENNEDY, 00:55 A.M.


Creative Commons License
El diario de Leon S. Kennedy by Marcelo Carter is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 Unported License.

jueves, 22 de abril de 2010

Arkleys

Quinta parte






















Mi encuentro con Marshal sucedió durante la noche, por la tarde Alexander me había conseguido un puesto como recogedor de lavandería en el ala de máxima seguridad. Esta era una zona aislada dentro de Arkleys con cuatro filtros de inspección para cualquier visitante, en todo momento me debía acompañar un guardia, quien se quedaba aguardando en la entrada de cada celda mientras yo entregaba las sábanas y ropa de cama recién lavadas. Después de pasar el detector de metales y dos exhaustivas revisiones en las cuales tuve que desnudarme por completo para que los guardias examinaran mi ropa y sus costuras, por fin pude llegar al pasillo que conducía al sector de criminales peligrosos. Era un lugar sombrío y tenebroso, las frías y húmedas paredes se desplegaban a cada lado, tras ellas el testimonio de hombres enfermos y crueles que han arruinado su vida y la de otros para siempre. Ingresé finalmente a la celda de Marshal, Matthew con mi carrito de lavandería, el guardia abrió la puerta de la celda, echó una ojeada al interior y luego me señaló que podía entrar.

Grande fue mi asombro al ver a Marshal. Se trataba de un tipo delgado, con tez pálida en vez de blanca, tenía ya una larga cabellera negra que caía sobre sus hombros y sobre su flaco y cadavérico rostro. Lo tenían de pié sobre una plataforma, atado de pies y manos. Al verme me sonrió.


-¿Y que le pasó a Alexander?- me preguntó a modo de querer entablar conversación.


-Enfermó.- le contesté.- lo estoy reemplazando en esto de la lavandería.


-Oh…


-Parece que eres un tipo muy peligroso.- le dije tomando la precaución de hablar en voz baja para que el guardia que esperaba en el pasillo no escuchara.- ¿estás inmovilizado las 24 horas del día?


-No, solo me inmovilizan cuando viene el de la lavandería, o cualquier visita en general… creen que mis impulsos homicidas pueden explotar en cualquier momento.


-¿Y es así?


-No- me dijo.- la muerte… es parte de la vida. Pero algunas personas no lo entienden.


-Yo sí- le respondí mientras cambiaba las sábanas de su cama.-la muerte siempre ha estado presente en mi vida, creo que siempre me ha rodeado…


-¿Cuál es tu nombre?... tu cara me es bastante familiar.


-De seguro me conoces.- le dije finalmente.- mi nombre es Leon… Scott Kennedy.


De pronto su cara se transformó y de la tranquilidad pasó al asombro.


-¿Eh?... pero tú… ¿tú no eres un S.T.A.R.S?…. ¿Qué haces aquí?


-No, no tengo nada que ver con S.T.A.R.S. ni nada de eso- le respondí.- he venido aquí a ayudarte.


-¿Ayudarme?, ¿y como? ¿porqué?


-Alguien te desea muerto, Matt. Así que debemos fugarnos de este lugar.


-¿Pero porqué razon?, soy un asesino…


-Escucha, no te puedo explicar todo en este instante, porque tengo un determinado tiempo para cambiar la lavandería. ¿te dejan salir alguna vez de este celda?


-Solo para ir al baño, cuatro veces al día.


-Bien, ¿Cuántas veces has ido hoy ya?


-Tres, la última me toca justo antes de la hora de dormir y del cierre de pasillos. Eso es como a las 10 de la noche.


-Bien, debo irme ahora.- le dije mientras metía la ropa sucia al carrito.- te mantendré informado… y con tus sábanas limpias.- quise bromear sarcásticamente, pero dudo si me habrá resultado.


Ya de regreso en mi galería y en mi celda compartí un té con Alexander quien fue a verme. Razkiel permanecía sentado junto a la luz de una lámpara de aceite, también tomaba té y comía un pedazo de pan dulce recién robado de la cocina.


-El elemento sorpresa, siempre es importante.- me decía Alexander.- durante la noche, mientras todos duermen y la guardia es baja, podrías huir con Marshal.


-A veces… ese tipo de sorpresas se hacen bastante predecibles.- le respondí mientras revolvía el azúcar en mi taza de té.- Por un lado, siempre alguien espera que sucedan cosas cuando el resto cree que nadie lo espera, no sé si me explico.


-Sí, sé a que te refieres. Pero, ¿Qué otra opción hay?


-En el día, mientras va al baño.- le contesté.- es de los pocos momentos en los que le es permitido salir de su celda.


-Eso es verdad, no tiene derecho a salir al patio para estirar las piernas, debe hacer ejercicios isométricos en su celda todo el día. Pero intentar fugarse a plena luz del día en el ala de máxima seguridad es prácticamente un suicidio, Leon… si algo sale mal, la pagarás muy caro y dudo que tu gobierno venga a darte una mano, negarán que te conocen y se alejarán lo más posible de todo esto.


No dije nada, el silencio me ayudaba a pensar. Luego de unos instantes una especie de chispa iluminó de pronto mi mente y con ello una idea comenzaba a tomar forma.


-¿Quién corta el cabello aquí?, ¿hay un peluquero?- pregunté.


-Un gendarme corta el cabello los fines de semana, solo a la población de baja peligrosidad, ¿porqué?


-¿Lo conoces?, ¿tienes trato con él?


-No mucho, no me agradan los cortes de cabello., ¿porqué? ¿Cuál es tu plan?- me preguntó finalmente.








Se viene una suerte de penúltima parte, siempre me vence el sueño a esta hora de la madrugada... intentaré escribir mi diario mas temprano.

LEON S. KENNEDY 02:12 A.M.


Creative Commons License
El diario de Leon S. Kennedy by Marcelo Carter is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 Unported License.

lunes, 19 de abril de 2010

Arkleys

Cuarta parte













Aquella noche tuve un sueño muy extraño…


Yo era niño y caminando por un parque me encontré con una multitud de gente que rodeaba un perro pastor alemán, el animal ya estaba viejo y débil, observaba a la multitud con ojos brillosos, llenos de temor, en ellos parecía clamar por misericordia. El perro tenía dos de sus patas heridas, como si se las hubieran cercenado, por lo que le era casi imposible caminar o desplazarse, yo sentía mucha pena por él y poco a poco me abrí paso entre la multitud hasta que logré acercarme. Fue en ese momento cuando apareció su dueño, era un hombre gordo y calvo con un rostro que evidenciaba una repugnante falta de escrúpulos. Se acercó al perro y le ordenó que andáse:


-¡Levántate, estúpido animal!- le ordenó vociferando. El perro intentó pararse, pero tal era el dolor por sus extremidades heridas que no lograba sostenerse en pié.- ¿Eh?, ¿acaso te quieres reír de mí?, ¡he dicho que camines!


El animal lo miraba con pena y miedo. Intentaba pararse, pero no podía hacerlo, llegaba incluso a aullar de dolor. El dueño, en aquel instante, sacó una vara de hierro y la blandió en el aire, en la multitud se escuchaban algunas risas.


-Yo te enseñaré, perro estúpido ¡camina!


Diciendo esto golpeó al pobre perro en su espinazo y este se tumbó en el suelo aullando de dolor, la multitud enloqueció, estaba eufórica, le pedían que siguiera golpeando al animal, “¡se está burlando de ti!” le decían algunos,”¡dale mas duro para que aprenda!” le decían otros. El hombre volvió a alzar la vara y la dejó caer dos veces mas sobre el pobre perro, quien lloraba de dolor. Yo comenzaba a desesperarme, toda esa gente adulta alrededor mío clamaba por mas golpes, y como yo era niño, pues nadie me prestaba atención. El castigo seguía, el hombre golpeaba al animal una y otra vez en su lomo y en sus costillas, el pastor alemán intentaba pararse, pero le llegaba otro golpe mas que lo tumbaba al suelo ”¡estúpido animal!” gritaba el hombre, hasta que en un momento dado le dio un golpe tan fuerte en su columna que se escuchó perfectamente el romper de los huesos, el perro quedó en el suelo…y de ahí no se movió más. La multitud que reía y vociferaba enmudeció y uno a uno comenzaron a dispersarse hasta que finalmente solo quedé yo. El perro botaba sangre por su hocico entreabierto y sus ojos, ya muertos, pero aún brillosos miraban lastimosamente la nada misma.


En ese momento desperté empapado en sudor.


Después del desayuno, llegó la hora de ejercicios, que tan solo consistía en sacar a los reos al patio durante dicha hora. Muchos de ellos solían caminar en círculos, otros aprovechaban y levantaban pesas (de fabricación propia, pero bastante efectivas) Hacía frío aquella mañana, por lo que salí bastante abrigado al patio, metí las manos en mis bolsillos y me dispuse a caminar, hubiese preferido haber trotado, pero las cadenas que unían nuestras piernas se nos hacían bastante incómodas para dicha acción. Al poco andar se unió a mi caminata Alexander, el tipo de la noche anterior que me había entregado papel de periódico y se había presentado como mi contacto en Arkleys.


-¿Cómo va eso de la nariz?- me preguntó de inmediato al percatarse de mi absurdo parche.


-Mejorando.- contesté.- quizá hubiese sido distinto de habernos reunido antes.


-Jejeje, era inevitable que algún reo quisiera buscarte pleito.- me dijo mientras sacaba una cajetilla de cigarrillos de su bolsillo izquierdo del pantalón.- siempre le buscan pleito a los nuevos y a los cara de “niños guapos”, ¿fumas?


-Francamente ya me tiene cansado ese asunto de “niño guapo”, ojala y me hubiese quedado una cicatriz bien fea en la nariz para cortarla ya con eso, y no, no fumo, gracias.


Continuamos avanzando un rato en silencio hasta que finalmente pregunté:


-Así que Matt Marshal está en el ala de alta seguridad, ¿Cómo son los guardias en ese sector?


-Bobos, como casi todos en este recinto penal.- me contestó exhalando humo de su boca.- pero lo que no tienen de inteligencia les sobra en violencia, son intimidantes, con un grado de astucia por sobre lo normal es fácil engañarlos.


-¿Ah, sí?- pregunté un poco incrédulo.- ¿tú has intentado escapar?


-No, la verdad no tengo donde ir. De poder huir, lo haría, pero… ¿dónde?, para qué?... sin familia, ni amigos, ni nada…


De pronto se calló, sintió que me estaba entregando más información de la necesaria, recordó que estaba en una cárcel y una de las reglas máximas de los convictos es “jamás demostrar tus sentimientos o algún grado de debilidad”, ser sincero y honesto en una cárcel es prácticamente un suicidio, pero creo yo que eso depende de con quien uno hable. Volví al tema central para no incomodarle.


-Bueno, si los guardias son fáciles de engañar, no deberíamos tener mayor problema. ¿Dónde ocultas las armas?


-¿Mmm?, ¿qué armas?- me preguntó con cara de cómo si yo le estuviera preguntando por un OVNI.


-Tengo entendido que los federales lograron infiltrar armas, que te dieron a ti para ocultarlas hasta que yo llegara.


No sé que tan graciosa podía sonar mi voz, o que tan gracioso podía verme con el parche en mi nariz, pero apenas dije eso, Alexander estalló en carcajadas.


-Jajajajaja…ay, chico…jajajaja ¿qué sabias tu de Arkleys antes de llegar?- me preguntó una vez que pudo controlar su risa.


-Pues que es una prisión con celdas y barrotes. He visto muchas en mi vida y esta aún no me impresiona.


-Pues, déjame decirte que esta no es como las que veías allá en casa, Leon… amnistía internacional no sabe que esta prisión existe, los defensores de los derechos humanos jamás han pisado este lugar. Acá los errores y las faltas se pagan con castigo corporal, las cadenas en las piernas son ilegales en toda cárcel del mundo ¿habías pensado en eso? Acá no es llegar y meter algo porque las autoridades no le hacen favores a nadie, ningún país mete sus narices aquí, ¿comprendes?


-Si fuera tan terrible así como dices… ¿de donde sacaste esa cajetilla de cigarrillos?- pregunté.- ¿o eres amigo de los guardias acaso?


-No, no lo soy.- me contestó medio enfadado.- el contrabando de cigarrillos y tripas de alcohol es común en toda cárcel y hasta en esta se da el caso, es fácil para los reos que hacen trabajos forzados, pues salen al exterior y las consiguen, luego las traen escondidas al regresar. Pero si los descubre algún guardia… la última vez golpearon tanto a un contrabandista que lo dejaron inválido… así es este lugar. Y tus federales te dejaron aislado y solo.


Hubo un silencio, breve, pero incómodo diría yo, luego finalmente pregunté:


-¿Has visto a la muerte alguna vez?


-¿Eh?, ¿Qué clase de pregunta es esa?


-Contéstame, ¿has visto a la muerte acorralarte y abalanzarse sobre ti en medio de la oscuridad?, o dime… ¿le has disparado a la muerte y ésta se te ha levantado desde el suelo una y otra vez para seguir atacándote?


Alexander me miró raro, pero no dijo nada.


-Pues yo sí.- le dije.-, he sido atacado por la muerte muchas veces y de muchas formas, la he visto en rostros conocidos y desconocidos, en rostros de mujeres y de niños, LA HE VISTO. Me ha perseguido a través de pasillos y callejones subterráneos angostos y claustrofóbicos, he sentido el aliento de criaturas repugnantes respirando en mi nuca. Cosas que harían que cualquier hombre con ametralladora y armado hasta los dientes se hiciera en los pantalones.


Alexander me miraba en silencio y con los ojos muy abiertos.


-Así que ninguna historia de hombres malos en una cárcel desconocida me asustará y me impedirá cumplir con mi misión y mi deber.


-Pero si no tenemos armas, ¿acaso estás loco?- me preguntó al fin reaccionando.


-Oh sí… la locura, la muerte y yo hacemos un gran equipo.- contesté.







Quinta parte y con ello entro a la recta final...

LEON S. KENNEDY, 01:27 A.M.



Creative Commons License
El diario de Leon S. Kennedy by Marcelo Carter is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 Unported License.

jueves, 15 de abril de 2010

Arkleys

Tercera parte

























Al cuarto día comencé a sufrir los efectos del encierro, no me he querido referir a ello aún, pero si algún día quiero que mis nietos lean esta historia, pues pienso que no debo guardarme nada. El encierro creo yo, ha de tener un aliciente aparte para que se convierta en un castigo o una verdadera condena y no me refiero a algún sufrimiento o tortura física en particular, hablo mas bien de saber e inculcarle al condenado el conocimiento de que está perdiendo el tiempo en medio de una improductividad apabullante, sin ir mas lejos considero que si a un hombre lo condenan a 30 años a realizar un trabajo absurdo que consista en sacar agua de un pozo, acarrear los baldes hasta cierto punto lejano, luego regresar y vaciar el agua en el mismo pozo de donde la ha sacado, este hombre no tardaría en volverse loco y vería su espíritu tan quebrantado que la idea del suicidio llegaría como fantasma a rondar por su cabeza sin dejarlo en paz.

Vaya, eso fue filosófico…

Bueno, el asunto es que en medio de mis tortuosos pensamientos finalmente llegó la hora del almuerzo. Acudí al comedor con mi compañero de celda, el anciano Razkiel. Una vez instalados en una de las mesas y a modo de distracción me atreví a preguntarle por la razón que había sido condenado.


-Ah, muchacho. Qué preguntas haces…- me dijo mientras partía un pedazo de pan añejo.- salí de vacaciones con mi esposa, y la asesiné.


-¿De veras?, ¿y porqué la asesinó?- pregunté intentando disimular mi asombro.


-Fuimos de vacaciones a México… asesinar a tu esposa es una de las tantas cosas que puedes hacer estando en México.- Me contestó sonriendo misteriosamente.

No insistí, seguí concentrado en mi pan añejo y mi sopa de fideos con huevo. Pasaron unos minutos cuando a nuestra mesa llegaron dos reos que jamás había visto, uno de ellos bastante alto y de contextura musculosa, su cabeza estaba rapada y al parecer había tenido una pelea hace poco pues su ojo izquierdo estaba morado. El otro era un muchacho joven, casi un chiquillo, su rostro tenía ciertos rasgos femeninos que lo hacían ver bastante atractivo y miraba con ojos asustados a quien le hablara, se podía oler a kilómetros de distancia que estaba aterrado y era su primera vez en una cárcel.

Durante un instante Razkiel y yo no volvimos a intercambiar palabra en la mesa, en medio de este silencio me di cuenta de que el reo alto y musculoso que había llegado junto al muchacho no me quitaba los ojos de encima, habían dos opciones:


1-Era un camorrero, buscaba conflicto y me había elegido a mí como blanco de sus provocaciones.


2-Existía la enorme posibilidad de que me conociera de algún lado….

Finalmente aquel reo habló:


-Tú eres Leon…algo… ¿no?- me preguntó entrecerrando tus ojos.- te conozco, tú eres polizonte… ¿qué haces aquí?

Cuando pronunció la palabra “polizonte”, el tiempo se paralizó por un instante, Razkiel me disparó una mirada llena de asombro y sentí como los ojos de los demás reos de las mesas aledañas a la nuestra se posaban sobre mí. Sin perder la calma respondí con voz tranquila y firme.


-Lo fui hasta hace unos años, me dieron de baja y estoy cumpliendo condena por homicidio.

El hombre se quedó observándome directo a los ojos por un instante en completo silencio, aún masticaba mi respuesta pensando si era mentira o no, no se la iba a tragar tan fácil.


-A mi no me gustan los polizontes…- dijo finalmente.- una vez me tocó uno que me ató las manos tras una silla y me escupió en la cara varias veces… ¿y sabes qué, Leon?... no me gustó nada.

De pronto, el silencio. Se podía oir volar una mosca en el comedor mientras este reo y yo nos mirábamos directo a los ojos cual dos animales dispuestos a cazar. En ese instante alzó su voz y dijo:


-Jamás me han gustado ni me gustarán los polizontes… ¿y a ti, Patherson?


-Tampoco, a mi no me gustan para nada…- le respondió la voz de otro reo sentado en una mesa atrás de mí, por lo que solo pude escuchar su voz en ese instante.

Listo, mi suerte estaba echada. Vencer o morir, a estos tipos debía darles duro, enseñarles a no volver a meterse nunca más conmigo mientras siguiera en Arkleys.


Lentamente separé mi pie derecho de la silla y en un abrir y cerrar de ojos me encontraba siendo atacado por un grupo de 4 convictos No me detendré en muchos detalles, solo diré que ocupé de todo lo que había en mi camino para poder defenderme, sillas, platos, etc. Uno de ellos logró conectarme un fuerte golpe en mi nariz que me dejó sangrando, mas obtuve mi revancha al quebrarle un par de dientes cuando le azoté contra la mesa, Hace mucho que no peleaba mano a mano y menos contra cuatro sujetos, por lo que se me hizo eterno el lapso de tiempo que transcurrió hasta la llegada de los gendarmes.

Una vez de regreso en mi celda, con mi nariz fracturada y parchada luego de haberme presentado en la enfermería, me recosté sobre el catre superior. Ahí me quedé completamente inmóvil tan solo observando una araña muerta que había en el techo, de fondo oía la monótona plegaria de Razkiel, quien luego de haberse enterado de mi pasado como miembro de la policía me miraba de forma mas extraña aún. En eso estaba cuando oí que alguien me llamaba desde el pasillo, erguí mi cuello para ver quien era y se trataba de un reo que jamás había visto antes. Dijo que traía mas papel de periódico (en las cárceles el papel de periódico tiene un uso muy particular, luego me explayo sobre esto), como Razkiel estaba concentrado en su oración y en ese estado se abstraía prácticamente de todo yo bajé y me dirigí a recibir el papel. Grande fue mi sorpresa al ver que además del papel, este hombre me alargó un mensaje enrollado, lo abrí al instante y decía:


“Soy Alexander, tu contacto aquí en Arkleys. Mañana nos vemos en el patio a la hora de los ejercicios”.

Finalmente, tras cuatro días de angustia, había llegado la hora de llevar a cabo mi misión…





Voy por la cuarta parte, algún dia haré una telenovela con esto que me pasó...

LEON S. KENNEDY, 00:23 A.M.

Creative Commons License
El diario de Leon S. Kennedy by Marcelo Carter is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 Unported License.

lunes, 12 de abril de 2010

Arkleys

Segunda parte



















Mi celda se encontraba en un corredor sucio y húmedo. No estaba totalmente aislada, tenía barrotes en vez de puerta de acero, lo único que nos separaba de la celda de junto era una pared de concreto. Me tocó “compartir cuarto” con un hombre de edad avanzada llamado Razkiel, era delgado y sus cabellos estaban parcialmente cubiertos de canas, muy poco le gustaba hablar, la mayor parte del tiempo solía orar hincado sobre una manta roja y tres velas azules encendidas frente a él. Luego me enteré que correspondía a un ritual pagano propio del pueblo donde nació, o al menos eso recuerdo que me dijo.


Mi misión en aquel recinto penal consistía en ubicar al asesino en serie Matt Marshal, cumplía condena en el ala de máxima seguridad que era donde se encontraban los criminales más peligrosos, lamentablemente el gobierno norteamericano no tiene mucho peso sobre las autoridades de Arkleys por lo que solo lograron infiltrarme en los barrancones de criminales primerizos. Matt Marshal era un ser repugnante, había matado a 27 personas, 14 de ellos niños (dicen que hay el doble sin confirmar), esos crímenes los cometió durante su estadía al norte de Eslovaquia mientras operaba una red de negocios concerniente al temido virus-g, mas específicamente a su derivado en gas, propiedad que una vez tuve la desagradable oportunidad de conocer y la cual describí aquí en mi diario.


Irónicamente, y a pesar de todo el desprecio que pude llegar a sentir por Marshal, mi misión consistía en liberarle de aquel lugar,… así es, tal cual he dicho. Era del común interés de los federales de mi país que Marshal saliera lo antes posible de Arkleys, pues descubrieron una conspiración para asesinarle al interior de la cárcel, esto involucraba también a ciertas autoridades del recinto, pero como no había evidencia empírica suficiente decidieron no contar la ayuda de ellos aún. ¿Porqué Marshal era tan vital para los federales de mi país, y a la vez la mafia bacteriológica conspiraba en su contra?, pues bien, Marshal conocía el lugar exacto en donde se encontraba la mayor reserva de virus-g transformado en gas del continente.


Apenas yo pusiera un pie en Arkleys, un contacto dentro de la población penal me llevaría hasta Marshal, sin embargo, me es imposible describir la angustia y las cosas que pasaban por mi mente al ver que este encuentro no se concretaba. Yo no tenía fotografía alguna, ni siquiera un nombre, me advirtieron que sería él quien se acercaría a mí, muchas veces me iba al patio y me paraba en medio de este para hacerme notar entre los presos, pero nadie se acercaba a mí aún. No fue sino hasta el tercer día en el cual comenzaba ya a soportar ciertas miradas incisivas de rostros heridos, con ojos enrojecidos, cicatrices atemorizantes, en el que una infame idea se forjó en mi mente…


…¿no sería yo también una víctima de la conspiración?




Otra vez me quedé corto, haré una tercera parte.
Leon S. Kennedy, 01:20 A.M.





Creative Commons License
El diario de Leon S. Kennedy by Marcelo Carter is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 Unported License.

jueves, 8 de abril de 2010

Arkleys






















Primera parte





Dicen que la escuela es lo más parecido a una prisión cuando uno es niño.

Lamento no poder opinar lo mismo ahora que he probado lo que es una prisión de verdad…

Mi experiencia en la prisión de Arkleys tuvo altos y bajos. Momentos de profunda frustración y angustia, y otros un poco menos ingratos en los que comprobé el real valor de la libertad humana. Sin embargo no dejo de calificar mi experiencia en ese lugar como algo que no deseo volver a repetir jamás.

Llegué a Arkleys en pleno invierno, nos encontrábamos todos los reclusos esposados de pies y manos, y unidos uno al otro por un cordel que se enganchaba a unas hebillas que se encontraban en nuestras cinturas. El bus que nos trasladó a la penitenciaría tenía sus asientos dispuestos en un orden vertical, todos ubicados a ambos costados. Así que el grupo de reos que se sentaba de lado derecho se quedaba viendo de frente a los del lado izquierdo y viceversa.

Ya en el camino pude analizar mas o menos que clase de criminales me esperaban en Arkleys, y es que para un policía los estereotipos de de presos son algo mas que común.
El primer grupo que logré detectar en el camino a la prisión fue el de los criminales “reincidentes”, es un grupo de hombres fácil de reconocer puesto que muchas veces, o al menos en la gran mayoría, suelen saludar a otros presos que han ido conociendo a lo largo de sus estadías en distintas penitenciarias. Para ellos la cárcel no es la gran cosa, su vida se reduce a delinquir y a hacer grandes alardes de su peligrosidad, este último punto es algo clave en la vida criminal y el miedo lo es todo, por lo que no es raro para mí saber que muchos de estos hombres son solo la mitad de lo que dicen ser.

El otro grupo es el de los “aspirantes a”. Para mí esta clase de reos se hace un poco mas molesta que los reincidentes por el hecho de que lo único que desean es ser aceptados por los mas temidos y sueñan con formar parte del círculo de amistad de algún preso. También suelen exagerar sobre su pasado y se auto-atribuyen una peligrosidad a veces irrisoria, los “reincidentes” suelen adoptar a algunos de estos tipos como sus mascotas.

Y el tercer grupo fue el de los “principiantes”, en este grupo hay hombres de todas las edades, jóvenes, adultos, uno que otro anciano, pero todos aún conservan en su espíritu el valor y la esperanza de encontrar algún día la libertad. Generalmente sus crímenes corresponden a errores forzados o a descuidos lamentables y desafortunados, la culpa les corroe y el arrepentimiento es su pan de cada día. Sin embargo, no lo demuestran para nada, esa es la ley máxima entre los presos, jamás mostrar debilidad alguna.

Luego de ingresar a la guardia, nos reunieron a todos en el patio. Ahí fuimos liberados de nuestras esposas en las manos, mas no de la de nuestros pies, debíamos llevarlas obligatoriamente, no eran tan incómodas, pero no nos permitían correr puesto que nos impedían abrir nuestras piernas mas allá de 80 centímetros. Luego de esta ceremonia apareció el gendarme superior, hombre de barbilla cuadrada, con nariz de pliegues anchos y labios encorvados hacia abajo. Su aspecto se asemejaba al de una pared. Habló un buen rato, un discurso atemorizante en donde recalcaba una y otra vez que nos haría la vida imposible. A estas alturas yo ya estaba curado de espanto, fue un poco menos terrible que mi instrucción policial.
Hubo un instante en el que el gendarme superior se paseaba de un extremo al otro mientras hablaba hasta que finalmente e detuvo frente a mí, me miró de arriba abajo y leyó una línea del tablón informativo que llevaba en su mano.

-Kennedy, Leon- rugió con voz ronca.- homicidio simple, condenado a 8 años.

Luego de eso hizo una pausa, se me quedó mirando y acercó su rostro al mío.

-Acá sufrirás mucho, niño guapo…- me dijo.


Yo ni me inmuté, todo estaba saliendo de acuerdo a lo planeado…




(Continuará)


Esto da para largo, haré una segunda parte...
Leon S. Kennedy, 01:35 A.M.

Creative Commons License
El diario de Leon S. Kennedy by Marcelo Carter is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 Unported License.