jueves, 24 de enero de 2013

3 A.M.


 

 
 
 
 
 
 
 
Silencio…

Frío…

Hambre…

 Tres pestes que asolan mi ciudad, la ciudad soy yo.

Arriba… las mismas viejas estrellas agonizan eternamente y vuelven a encontrarme una vez más en la misma vieja situación. Acorralado y agazapado en un espacio reducido donde no oigo más que mi propia respiración. Estoy viejo… lo sé por que por cada bocanada de aire que tomo un ataque de tos me sobreviene, antes no me sucedía.

El silencio jamás me ha gustado, he aprendido a odiarlo desde lo sucedido en Raccoon city. Es el preludio de la desgracia, pregona lo terrible que está por acontecer, me pone nervioso… en espera de que algo malo suceda. El frío me paraliza, penetra a través de mis poros como agujas que me impiden reaccionar. Es el aliento terrible, el hálito de la muerte; sopla y acaricia mis cabellos como queriéndome hacer entender que ya no hay esperanza alguna. El hambre se encarga de hacerme la vida un tanto más miserable. Horas de no saborear siquiera un pedazo de pan duro. Totalmente vacío por dentro, adolorido por el deseo y por la necesidad física… tan humana y tan básica

Tan humana…

Tan básica…

Ellos me lo recuerdan. Finalmente irrumpen en escena… con su canto lastimoso. Sus torpes pasos van y vienen, se acercan y se alejan. Antes creía que no podía referirme a ellos como humanos, que solo eran un despojo de lo que antes solían ser. Una sombra de hombres y mujeres que alguna vez vivieron, amaron y soñaron. Ahora pienso en ellos como si fueran solamente nuestra evolución natural, porque ¿qué es lo que sigue luego de morir, sino es convertirnos en asquerosas masas putrefactas, manjar de gusanos? Son nuestro propio reflejo, nos gritan a la cara nuestro propio futuro, y eso… jamás lo he podido tolerar.

 Mientras pienso estas cosas reacciono solo como la vida me ha enseñado a hacerlo,… acaricio el frío acero de mi revolver y los veo venir. La psicosis de haber estado huyendo sin dormir durante 54 horas me hace ver visiones,… varios de ellos parecen sonreírme y yo solo le sonrío de vuelta.

El silencio se rompe, el frío se acaba y el hambre se olvida. Las verdaderas pestes han llegado a la ciudad, la ciudad soy yo… miro mi reloj y son las 3 de la madrugada.


 

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