Silencio…
Frío…
Hambre…
Tres pestes que asolan mi ciudad, la ciudad
soy yo.
Arriba… las
mismas viejas estrellas agonizan eternamente y vuelven a encontrarme una vez más
en la misma vieja situación. Acorralado y agazapado en un espacio reducido
donde no oigo más que mi propia respiración. Estoy viejo… lo sé por que por
cada bocanada de aire que tomo un ataque de tos me sobreviene, antes no me
sucedía.
El silencio
jamás me ha gustado, he aprendido a odiarlo desde lo sucedido en Raccoon city. Es
el preludio de la desgracia, pregona lo terrible que está por acontecer, me
pone nervioso… en espera de que algo malo suceda. El frío me paraliza, penetra
a través de mis poros como agujas que me impiden reaccionar. Es el aliento terrible,
el hálito de la muerte; sopla y acaricia mis cabellos como queriéndome hacer
entender que ya no hay esperanza alguna. El hambre se encarga de hacerme la
vida un tanto más miserable. Horas de no saborear siquiera un pedazo de pan
duro. Totalmente vacío por dentro, adolorido por el deseo y por la necesidad
física… tan humana y tan básica
Tan humana…
Tan básica…
Ellos me lo
recuerdan. Finalmente irrumpen en escena… con su canto lastimoso. Sus torpes
pasos van y vienen, se acercan y se alejan. Antes creía que no podía referirme
a ellos como humanos, que solo eran un despojo de lo que antes solían ser. Una
sombra de hombres y mujeres que alguna vez vivieron, amaron y soñaron. Ahora
pienso en ellos como si fueran solamente nuestra evolución natural, porque ¿qué
es lo que sigue luego de morir, sino es convertirnos en asquerosas masas
putrefactas, manjar de gusanos? Son nuestro propio reflejo, nos gritan a la cara
nuestro propio futuro, y eso… jamás lo he podido tolerar.
Mientras pienso estas cosas reacciono solo
como la vida me ha enseñado a hacerlo,… acaricio el frío acero de mi revolver y
los veo venir. La psicosis de haber estado huyendo sin dormir durante 54 horas
me hace ver visiones,… varios de ellos parecen sonreírme y yo solo le sonrío de
vuelta.
El silencio
se rompe, el frío se acaba y el hambre se olvida. Las verdaderas pestes han
llegado a la ciudad, la ciudad soy yo… miro mi reloj y son las 3 de la madrugada.
El diario de Leon S. Kennedy by Marcelo Carter is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial-Sin obras derivadas 3.0 Unported License.
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